Pasó en la calle de San Agustín, ahora lleva el nombre de 3º del Uruguay. La de Chavarría es hoy la 3º del Maestro Justo Sierra. La casa es la Nº 55. Bonísima persona era don Juan de Chavarría; no había más estimada en la ciudad de México que el capitán don Juan de Chavarría. Todo mundo le tenían delicados miramientos a don Juan, reconocía en él la superioridad en y reverencia.
Era el Capitán De Chavarría serio, cortés, digno, noble, dueño de grandes riquezas, pero varón de doméstica sencillez, muy católico, liberal y limosnero.
De su peculio se reedificó la ancha iglesia de San Lorenzo. No se creía dueño de su fortuna este magnífico señor, sino un simple depositario, para darle a sus verdaderos dueños. los necesitados; y así era como a diario se desvivía por hacer bienes, pues era efusivo, gran corazón, un hombre sentimental y sensible. Con sus beneficios ganó la memoria y el agradecimiento de toda la gente de la ciudad. No desdeñaba a nadie; para cualquiera, ya rico , ya pobre tenía siempre una delicada cordialidad. Era recto apreciador de gentes; un varón de la estirpe de los Catones y Régulos; claro varón de Tito Livio y de Plutarco.
El 26 de diciembre de 1652 se le impuso el blanco habito de Santiago (La Orden de Santiago, orden religiosa militar surgida en el siglo XII en Reino de León. Su nombre patrón de España, Santiago el Mayor) en la iglesia de san Lorenzo Mártir de la que era patrono.
En México se le miraba con particular reverencia y veneración, poco faltaba que se arrodillaran ante él, asistieron las más pomposas y señaladas personas de la ciudad, las de más alcurnia, las más nobles, y el virrey, don Luis de Guzmán, conde de Alba de Liste con todo el esplendor de su corte, dio realce magnífico a la ceremonia.
La calle esta henchida de gente popular, anhelaba ver al capitán de Chavarría envuelto en su manto blanco santiaguista, aquello era ya la alteza de la honra, las personas querían hasta una estatua pública de su bienhechor inagotable. Con él entraba la bendición de Dios en todas partes, el daba favores y socorro a manos llenas.
Así vivía feliz, dulce y plácida, respetado y querido, porque la vida solo es amor. Leía el capitán don Juan de Chavarría una “hoja volante” era noticia de lo que acontecía en la corte del rey católico don Carlos II, que acababa de llegar del último galeón de Veracruz. Entró en la estancia un maestresala y, con voz agitada le comunicó que un horrible fuego había en la iglesia de San Agustín que un fraile le acababa de decir, que en el incendio estaba el arzobispo- virrey y todos los señores de la Audiencia, disponiendo la mejor manera de extinguirlo.
El capitán De Chavarría pidió su capa y su sombrero se fue rápido a la calle, al salir se detuvo en la puerta de su caserón, descubriéndose reverente, pues iban los frailes de santo Domingo cantando salmos conducían la imagen de sus santo patrono. Al acabar el desfile de los dominicanos, se fue el Capitán hacía San Agustín, por las calles donde pasaba iba encontrando infinidad de gente que corría apresurada, lloraba, otra iba invocando a santos, a vírgenes, a cristos milagrosos con fervor decían plegarias.
Otra larga procesión de clérigos detuvo la marcha del Capitán; rezaban con gran murmullo y conducían en un altar portátil a una virgen dorada, a la que rodeaban muchas velas encendidas. Siguió su camino el capitán De Chavarría entre el consternado apresuramiento de infinidad de hombres, de mujeres llenos de llanto y con rezos temblorosos, de nuevo le detuvo el paso una larga cofradía que también iba hacía el incendio con su estandarte bordado con la imagen de un Nazareno, todos los cofrades llevaban cirios y decían la letanía de los santos con grave súplica.
Acabaron de pasar y por la próxima calle se vio la otra fila de luces de otra extensa procesión de frailes carmelitas tan solo se miraban los rostros detrás de las llamitas de los cirios, alucinantes con el clamor de un rezo entre las bocas. Y sobre ese ambiente de tragedia los sones hondos y graves de las campanas de la ciudad que tocaban.
Llegó por fin el Capitán ante la iglesia San Agustín. Le contaron que se celebraba un evento de honra y gloria de la Virgen de Guadalupe y que sin saberse ni como ni cuándo, el fuego principió en la plomada del reloj y de allí se propago, rápido a todo el templo, entre la confusión de los fieles que atropellándose salieron a la calle con gritos de terror. Las llamas que brotaban de todo el templo enrojecían la noche, se hallaba crepitando una enorme, espantoso fogón. Por todas las ventanas salían largas lenguas de fuego y gruesas columnas de humo negro, que se retorcían por el cielo. Entre el crujir del fuego se escuchaba el constante estallido de los cristales de las casas vecinas.
Una gran multitud había en las calles, las comunidades de frailes estaban allí con sus imágenes, rezaban entonaban cantos religiosos, iban echando el fuego reliquias de sus respectivas ordenes y en las que pedían a estos santitos que cesara el incendio. Numerosas cofradías con sus insignias e imágenes milagrosas que también decían plegarias, Divinísimo bajo palio y pedrería los rayos de oro de la custodia, refulgían magníficos, a la luz roja y siniestra del incendio; estaban los oidores y el ayuntamiento, el arzobispo- virrey, don Fray Payo Enríquez Afán de Rivera, dictaba que se hicieran derribos oportunos, a fin de evitar que la lumbre llegue al convento y se propagara a las cuadras circunvecinas.
Todos los padres agustinos abandonaron su monasterio, estaban puestos de rodillas en medio de la calle llena del reflejo de las llamas. El fuego por todos lados de la iglesia, iba sacando unas llamaradas largas, enormes casi hasta las casas contiguas.
De pronto, el Capitán, al saber que se había quedado en el altar mayor la custodia, sintió dentro de sí un impulso extraño que lo lanzó hacía el interior de la iglesia, que desbordaba llamas y humo espeso. Regidores y caballeros intentaron detenerlo, se le quiso poner la mano, ya estaba adentro de la crujiente hornaza. Todos quedaron consternados y sorprendidos al verlo penetrar a la formidable quemazón. Callaron oraciones y canticos. Su muerte se tenía por segura dentro de aquella hoguera enorme y espantosa. El Capitán corrió por todo el inflamado recinto del templo; subió rápido al altar mayor; cogió con una mano segura, firme la custodia; volvió a cruzar veloz por entre el incendio, y salió pronto a la calle, sosteniéndola muy gallardo, sobre aquel fondo y movible de llamas.
Un gran grito de alegría tronó en la multitud al verlo aparecer con su divina carga. Magnífico estaba el capitán Don Juan De Chavarría con la custodia entre las manos. Subyugados cayeron de rodillas el Arzobispo-virrey, los oidores, el cabildo catedral, el ayuntamiento, las ordenes religiosas, las cofradías y la toda la enorme muchedumbre que llenaba las calles con enorme admiración. Toda la ciudad admiró al capitán, más amor le tuvo, más respeto. Hasta la casa de su morada lo acompaño, gran cantidad de gente, entre esas, señores del gobierno, caballeros de los más ilustres de la ciudad. A los pocos días de lo sucedido a parecieron coplas con elegante gracia rimaban sus loores.
El capitán hizo su casa de tezontle (piedra volcánica roja) y chiluca (piedra gris oscuro) puso en su fachada un fuerte brazo de piedra, sosteniendo una minuciosa y esbelta custodia.
De Chavarría se llamó esa calle. ¿Por su cristiana Azaña de la noche del 11 de diciembre del año 1676 le otorgó esa gracia el rey? ¿Se lo concedió el arzobispo- virrey don Fray Payo Enríquez Afán de Rivera?. El capitán don Juan De Chavarría murió en esta ciudad México lleno de días de obras, a los sesenta y cuatro años de edad.
Párrafos del Texto; Compendio de Historias Tradiciones y Leyendas de las Calles de México.
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