Leyenda de México. La casa marcada con el número 35 por la calle de San Pablo, del siglo XVII permaneció unos 300 años abandonada, y en el año 1896 empezó su reconstrucción, (hoy Escuela Medico- militar). La leyenda que rodea “La Casa del Judío”, fue la morada de don Tomas Treviño y Sobremonte, judío quemado vivo en las hogueras de la pavorosa y cruel Inquisición.
De Medina de Río Seco en Castilla la Vieja, España provenía la familia del apellido Represa, ahí que decir que don Tomas se llamó en algún tiempo, Jerónimo de Represa, siendo hijo de don Antonio Treviño de Sobremonte y doña Leonor Martínez de Villagómez, la que había sido relajada en estatua por judaizante en la Inquisición de Valladolid, como otros parientes suyos, parecía ser por tradición esta familia tener cuentas con el Santo Oficio, aquella odiada institución.
Vivía en la Nueva España don Tomas Treviño cuando estuvo en prisión por el motivo de ser judío y también se le puso en libertad por mostrar sincero arrepentimiento. Su esposa doña María Gómez, tuvo dos hijos Rafael de Sobremonte y Leonor Martínez, que también siguieron en la fatalidad de caer en las garras de la Santa Inquisición.
Dedicado a los negocios mercantiles Don Tomas viajaba por el interior de México y durante algunos años Guadalajara, capital de la nueva Galicia, era el centro de sus operaciones. Allá tuvo una tienda, con dos entradas, se cuenta, que en una de ellas enterró un Santo Cristo, y a los marchantes que ahí entraban se les vendía mas barato, que a los que entraban por la otra entrada.
Había rumores entre los vecinos que aseguraban que por la noche azotaba a un Santo Niño Dios de Madera, y como conservase la escultura señales de los azotes, tuvo mucho culto por milagrosa en la iglesia de Santo Domingo. Con lo citado basta y sobra para que la Inquisición tomara cartas en el asunto, lo llamaron para que respondiera de sus crímenes, fue preso Treviño de Sobremonte por judaizante relapso o sea reincidente, secuestrándole todos sus bienes y fue tan falso su arrepentimiento que después de haberse reconciliado en el Auto particular de la Fe.
Que se celebró en la iglesia del Convento de Santo Domingo de esta ciudad a los 15 días de junio 1625; al estar libre se empezó a llevar con sus correligionarios, diciendo todas las noticias de las prisiones del Santo Oficio y enseñando como comportarse en caso de caer presos pues a ese comportamiento se le debe su libertad y escapado de la muerte inquisitorial.
Según dicen, que cuando se casó con María Gómez, “se celebró con ritos y ceremonias judías, como ponerse al tiempo de comer un paño en la cabeza, y comiendo los demás manjares con buñuelos con miel de abeja, según cierta historia falsa que estaba en las Escrituras. También degollaron gallinas que debían servir en la mesa de su suegra, diciendo unas oraciones al sacrificarlas, vueltos los ojos al Oriente al terminar el banquete se lavan las manos tres veces con agua fría para no quedar “manchados”.
Era reo, del tribunal del Santo Oficio, era acusado de haber incitado a su cuñado y su suegra de haber circuncidado a uno de sus hijos: de practicar ayunos, de no ir a misa, de confesarse de modo judaico, puesto de rodillas en un rincón, con feas ceremonias; también se le acusaba que al darles “la buenas noches o días” no respondía “Alabado sea el Santísimo Sacramento”. Si no,” Beso las manos de vuestras mercedes”: y que su mujer le llamaba al Santo oficio, Santo de su Ley y siempre maldecía a sus ministros, reyes que tenían en sus dominios la Inquisición.
El señor Treviño tenía muchos delitos según el Santo Oficio, se le notificó su sentencia y dijo que quería morir como judío, “después de un ayuno de 72 horas al día siguiente de puesta de sol a sol”.
Tuvo lugar el 11 de abril1de 1649, para quemar vivo a don Tomas Treviño de Sobremonte; la procesión se puso en marcha para llegar al tablado o cadalso que se levanto en la plazuela del Volador, apoyado en la fachada de la iglesia de Porta-Coeli.
El reo llevaba su sambenito correspondiente, sin cruz verde en las manos pues la rechazó, le pusieron una mordaza en la boca por las blasfemias que gritaba, montado en una mula que por corcovear mucho hubo que cambiarla por otras, que el vulgo dijo que los animales no querían llevar a tan perro judío; al fin se le puso un caballo que conducía un indio que le exhortaba al criminal a que creyera en Dios Padre, Dios Hijo, y Dios Espíritu Santo, acompañando a estas palabras fuertes puñetazos.
Se le amarró al garrote del suplicio, y se encendió la llama de la hoguera y el humo envolvió el cuerpo del reo, en completa sofocación, no exteriorizaba los dolores, en un momento que se le echaba leña en que era quemado, recordó sus muchos bienes confiscados y grito; “¡Echad leña, que mi dinero me cuesta!” terminado el espectáculo se retiro la multitud impresionada por el horrible cuadro.
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