Es una antigua historia de miedo, se cuenta que un ex marino español llegó a Mérida con una exótica ave de rapiña. Es la calle 70 x65, esta narración es cuando era la época colonial, en esa esquina tenía su casa un hombre misterioso Don Iñigo de Arzate Pantoja y Peñaloza, nativo de Andalucía ex marino y aventurero que le dio vueltas a los “siete mares” y siempre hablaba de cosas extrañas.
Leyenda de Mérida. Don Iñigo como de 50 años, siempre vestía de negro, encorvado, de semblante nada agradable, con una nariz aguileña, de mirada penetrante, un sujeto solitario, no tenía familia solo se le veía de noche por las calles alumbradas tenuemente con débil luz.
Como el tendero de la esquina, el tabernero de la cantina, a pocos pasos de donde vivía el español, que este hombre contaba sus aventuras y sus travesías en lejanos lugares.
Contaba que combatió en el Perú en 1781 encabezado por el caudillo mestizo Túpac Amaro, descendiente del último emperador inca Atahualpa. La crueldad de los españoles contra los rebeldes fue inaudita usaban “mastines” (perros guardianes o perros de montaña) para despedazar a los prisioneros, mientras a otros los quemaban vivos después de torturarlos.
Don Iñigo conversaba todos esos pasajes vividos en el virreinato de Perú, le brillaban los ojos cuando lo platicaba, que él mismo había dado muerte a muchos de esos indios. Contó que cuando dejó la Marina de Guerra se volvió comerciante de especias viajaba a los mares del Pacifico, sus viajes eran frecuentes a las islas de la Polinesia así como al archipiélago de las Filipinas que estaba con el yugo Ibérico.
En uno de estos viajes un tifón les sorprendió en el océano, después de varios días el buque zozobró en Nueva Guinea, ahí pasó dos años, hasta poder construir otro barco para regresar a América, contó al tendero y al tabernero que convivió con caníbales y tuvo que practicar la antropofagia, pues corría peligro, tenía que seguir sus costumbres al no hacerlo podía ser devorado por los salvajes Papúes.
Los vecinos dijeron, que el exmarino al dejar Cusco, donde vivía cuando era militar, un brujo inca, le regaló un polluelo de cóndor o buitre y solo se alimentaba de carne humana, durante la matanza de los incas, le daba los restos de estos cadáveres para que coma su mascota, era su amigo y compañero, después lo llevaba a todos sus viajes.
En nueva Guinea, Don Iñigo le tomó gusto a la carne humana, así regresó al Nuevo Mundo, ya viviendo en Mérida su gustó no ceso, igual que su gigantesca ave de rapiña, de cuatro metros con alas extendidas, capaz de levantar un pequeño humano.
En Mérida empezaron a desaparecer niños, que salían a jugar a la calle y ya era de noche, decían, los padres que por arte de magia desaparecían. La familia reportaba a las autoridades que un momento de descuido el niño ya no estaba pero veían una sombra gigantesca y escuchaban un aleteo, pero no veían que lo producía.
La gente del barrio empezó a sospechar de Don Iñigo por ser un vecino extraño siempre llevaba en la cintura su espada, sus vecinos oían por las noches que de su casa salían graznidos espantosos y un valiente hombre acecho por la barda y vio un ave horrible muy grande dentro de una jaula que parecía que devoraba una extremidad chica humana.
Enseguida se hizo la denuncia, como son tan lentas las autoridades, el español se enteró, esa misma noche agarro su carruaje con su animal, y se fue, nunca se supo de él.
Los vecinos al ver pasar el tiempo, meses, años, decidieron entrar a la casa rompiendo con hachas y mazos el zaguán, revisaron todo no vieron rastro de nada.
Pasó el tiempo, las autoridades expropió el inmueble empezaron hacer unos cimientos en el patio y hallaron numerosos huesos de niños enterrados.
Así nació la leyenda “La esquina del zopilote” Se cuenta que el cóndor (confundido con el zopilote) lo soltaba y por las noches volando con sus garras agarraba a sus presas, los llevaba a su amo en donde los asesinaba y lo comían los dos.
Corría el año 1696, Don Rodrigo Zieza y Soberón un prepotente capitán de guerra y excorregidor, no ayudó a un desahuciado tirado frente a su casa (65 x 70).
Se cuenta que a don Rodrigo lo castigó Dios por que murió por un rayo que le dio, en el momento que entraba a su casa. El moribundo tirado en la calle fue un hombre rico y Don Rodrigo le quitó todo sus bienes y dinero a provechándose de su puesto, encima del agonizante tirado se paró un zopilote y que su espíritu le entró a la ave y voló hacia el excorregidor su ala toco su cabeza y en ese momento cayó un rayo.
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