La dama viajera, del callejón de Santa Inés

Corría los años 1789. La dama sostuvo con las manos la compuerta para que no abriera y entrara el agua de la laguna y se inundara el lugar. la señora distinguida con ropa negra y aplicaciones de plata era seguida por un indigena por más que él caminara rápido nunca la alcanzó. El indio cuando la tuvo frente a él quedo boquiabierto y empezó a tartamudear.

Leyenda de México. La penumbra bodega, está llena de cosas que han llegado a lo último; rindieron su servicio y se desecharon por viejas. Estos trastos llenan toda la bodega, son cosas inútiles que a lo largo de los años se fueron retirando de las salas del Hospital del Amor de Dios y de su iglesia. No se puede dar paso entre esos viejos cachivaches, como hay más cosas en la casa y en el templo que arrinconar por inservibles, no se encuentra sitio donde ponerlas.

Abundan allí cuadros de santos y vírgenes, lienzos y más lienzos con asuntos religiosos, llenos de polvo que no dejan nada visible. Hay también imágenes de bulto, descascarillados ya deslucidos.

Uno de los servidores de este hospital fundado por el santo Fray Juan de Zumárraga para los enfermos que necesitaban las unciones de mercurio vio con dolor que las imágenes estaban expuestas al tropiezo de los sirvientes y propuso al licenciado Juan Molano, sacerdote, de vida ejemplar, que vivía en esa casa, que todos los santos, lienzos y bulto fuesen enterrados cerca de la iglesia. Se abrió un gran hoyo en unos de los claustros para abarcar todos. Al entierro concurrieron todos del hospital, uno de los servidores le pidió al sacerdote Molano que no echaran al pozo una estatua de la Virgen Nuestra Señora que le había llenado los ojos con su hermosura y que él prometía tenerla en su casa con toda veneración.

Se le concedieron sus deseos

Cargó complacido la imagen, se le puso tierra aquella sepultura y la bodega quedó algo libre para seguir amontonando desperdicios. El sirviente del hospital había cumplido su promesa, presento la imagen muy bien ataviada con un vestido de terciopelo negro con aplicaciones de plata que le había hecho su mujer, excelente bordadora, con manto y bordados exquisitos que en su casa estaban muy contentos de tenerla y por las noches se juntaba la familia para rezarle el santo rosario.

Este hombre era bueno, sencillo, tanto como él y su esposa, eran bondadosos, sus dos hijas querían ser monjas en Santa Isabel. La familia observaba que la imagen de la Virgen, a diario amanecía con el ruedo de la falda mojado y con lodo. Él buen hombre se lo comentó al sacerdote Molano esa cosa extraña que les quitaba el sueño y les traía agotados todos los pensamientos, pues nadie daba con la verdad. El licenciado le dijo que mirase lo que decía, puede ser pura figuración de fantasía, su mujer y sus hijas insistían que no era un sueño era verdad. Ellas lavaban la ropa y planchaban la vestían y al otro día lo mismo, sucio. La veían en las mañanas llenas de azoro, no entendían aquel misterio.

Pasaba el tiempo y todas las mañanas con la falda mojada con lodo

Con paciencia y temor la aseaban a diario las mujeres así paso meses, casi el año, una mañana llegó un indio que preguntaba con insistencia por la señora que ahí vivía, que parecía una viuda elegante por la ropa y manto negro. Se le dijo una y otra vez que allí no vivía nadie que usara esa vestimenta, pero el indígena porfió que ella entró en esta casa y que él deseaba hablar con ella, desde las seis de la mañana la venía siguiendo sin perderla de vista, la sigo desde la lejana calzada de San Cristóbal, está distante de México cosa de cuatro leguas, no la pudo alcanzar por más apretaba el paso, la dama tomó la calzada de Guadalupe, entró a la ciudad pasó de prisa por el barrio del Carmen, cogió la calle del Parque y habiendo llegado al hospital de los bubosos o sifilíticos, atravesó rápida por un costado el convento de Santa Inés y entró en esta casa donde él estaba preguntando.

Volvió la señora de aquella casa pobre y dijo que no había ninguna señora con ropas lujosas. Que desde hace años vivía ahí su marido con sus dos hijas y lo que vio pudo haber sido su imaginación.

El indio porfiaba con obstinación

La mujer segura y muy firme le decía que estaba equivocado y como había un discusión inútil, ella lo invitó a que entrara a la casa y como era pequeña pronto se daría cuenta que no hay ninguna dama con la indumentaria que él describía, apenas atravesó la sala empezó a tartamudear por la emoción al ver la imagen de la Virgen enlutada, que aquella era y no otra, la señora elegante distinguida, que había visto durante días y más días por la polvorosa calzada de San Cristóbal a quien seguía sin lograr darle alcance. Afirmaba que se hacía creíble lo que decía.

Legó el marido y encontró a su familia maravilladas con el juicio turbado. Vinieron más personas enteradas lo que acontecía y el indio repetía una y otra vez lo que había dicho y a todos los llenó de admiración cuando añadió que repetidas veces había contemplado a esta dama sosteniendo con el hombro y con las manos una compuerta de la inmediata laguna, que era la más vieja y por lo mismo más peligrosa de que el agua se venciera y que México quedara inundado por haber sido en aquel año (1660) las lluvias más abundantes que aumentaron el nivel de la laguna.

Este suceso no pudo mantenerse en secreto, se divulgó en el barrio, luego a la ciudad y en la casa a toda hora gente curiosa y a venerar a la sagrada imagen que libertó a la ciudad de un peligro. Inacabable molestia tenían los dueños de casa, sería más conveniente llevar la imagen a una iglesia, la llevaron a la de la Merced, después se le devolvió al templo del hospital del Amor de Dios de donde procedía, hizo muchos favores y milagros, se le dio el nombre de Nuestra Señora de las Angustias porque a ella se encomendaban los enfermos de ese hospital y en las espantosa curaciones que les hacían.

Cuando se amplió el hospital General de San Andrés –donde ahora está el Palacio de Comunicación-, se clausuró (1ª de Junio de 1788) el del Amor de Dios y a el se trasladaron sus enfermos del mal venéreo, también cerro su iglesia, lo que ahora es la Escuela de Pintura.

A la Virgen la llevaron a su nueva morada

En una procesión muy vistosa. La Gaceta de México del 15 de Febrero de 1788 dice; “El día 6 fue trasladada en solemne procesión por los Profesores del Arte de Bordar, La Milagrosa Imagen de Ntra. Sra. de las Angustias, de la iglesia del Amor de Dios a la del Hospital General de San Andrés, donde se celebró su colocación con Misa y Sermón”.

A la iglesia de san Andrés se trajo el cadáver de Maximiliano de Habsurgo inyectado en Querétaro de manera provisional para que se le embalsamara y se envíe a su Austria. Allí estuvo don Benito Juárez, don Sebastián Lerdo de Tejada, cuando estaba suspendido de una cuerda las complicadas y largas operaciones que requería el embalsamamiento, por lo cual los conservadores llamaban a la capilla la Del Mártir, se dice, “que no habiendo podido los liberales colgar vivo al Emperador, lo habían hecho, inconsideradamente, cuando ya estaba muerto”.

No se le colgó, es cierto, sino que se le fusiló. Allí se reunían los partidarios del vencido Imperio, no a rezar por el alma de los que perdieron la vida en los combates entre los republicanos e imperialistas, sino a celebrar reuniones tumultuarias que a todo grito echaban pestes, palabras de enojo al Gobierno y a los del triunfante partido liberal.

Estas escandalosas juntas culminaron en un gran desorden el 1º de junio de 1868, primer aniversario de los tristes fusilamientos de Querétaro. Fue tan grande el alboroto que se armó después de la misa y del sermón violento e inoportuno que dijo un exaltado jesuita italiano, el Padre Mario Cavalleri, que para acabar esa inútiles alharacas y poner fin, acordó el Presidente de la Republica, Don Benito Juárez que se derribara la capilla, lo que hizo a toda prisa esa noche bajo la dirección del gobernador don Juan José Baz.

Al desaparecer la linda iglesia se regaron sus imágenes por todos lados, y la de las Angustias, tan venerada, fue a parar al templo de San Lorenzo, en donde se encuentra y tiene un culto tibio, en otro tiempo fue muy fervoroso el que se le dio y en los Viernes de Dolores se le solemnizaba con gran suntuosidad.

Párrafos y rezumen del texto Historia, tradiciones y leyendas de calles de México.

Obra de Artemio de Valle-Arizpe.

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