Leyenda de México. Ahora es la calle Republica Dominicana. Corría los años 1600. En la ciudad de Manila se deslizaba la vida de don Benito Bernáldez, de pronto su esposa fallece y a él se le acabó su tranquilidad le vino una enfermedad que lo estaba llevando a la tumba también. De pronto quedó flaco y desfigurado. Don Benito empeoraba y tenía atravesada unas libranzas que fue a dar a la cárcel, por que no pagó el sujeto por el cual él firmó.
Salió del presidio con la salud más descompuesta, se le veía más viejo. Andaba preocupado por que tenía un hijo muy joven Gaspar, que sentía que no podía sacarlo adelante, este pensamiento le quitaba el sueño, se veía el pobre, sin voluntad, marchito. Un buen amigo, comerciante le facilitó dinero, le consiguió crédito. El amor a su hijo le puso esfuerzo al corazón y se embarco en el barco que tenía la ruta hacía la Nueva España la nao de la China, dejó la mala suerte atrás y en México empezó la fortuna.
En un estrecho y solitario callejón estaba su casa, lejos del centro, casas pobres a su alrededor con yerbas crecidas. Ahí se oía las campanas del convento de Balvanera, los rezos del Rosario de Ánimas de cada noche, el constante tilín tilín de la campanilla, llamando oraciones para los que están muriendo en pecado mortal.
Don Benito se murió en este lugar, no se porque eligió el lugar con soledad. Empieza la historia, tuvo en México buena estrella, todo lo que hiciera en comercio, le salía bien. Dios le dio buena mano para los negocios donde sacaba buenas ganancias. Se llenó de prosperidad, la casa donde vivía era vieja pero la remodeló y la montó de lujo con muchos sirvientes. Ya don Benito no tropezaba nunca sino todo iba de maravillas. Llegó el barco de China y Gaspar el hijo, fue a Acapulco a traer mercancía que su padre había encargado para enriquecerse más con las ganancias. El muchacho en ese lugar enfermó, cayó en cama con altas fiebres pestilenciales que lo dejaban seco. Pudo llegar a México con sus males que estaba cerca de la muerte. Su padre estaba muy preocupado, lloraba angustiado pensaba que su hijo estaba cerca de la muerte. Los médicos lo atendían pero la salud no mejoraba se acrecentaba. Don Benito pasaba sus día muy mal su dolor era agudo por su hijo.
Con lágrimas y de rodillas prometió al Cristo de los Conquistadores llevarle a la Catedral dos ramilletes de plata con sus jarras, y ofreció a la Virgen de Guadalupe ir a pie a su santuario, cargando un blandón de plata amartillada para que ardiera en él durante un año un grueso y renovado cirio de diez libras de buena cera de Castilla. A la vez que el hijo empezó a mejorar muy aprisa a don Benito le salía el alma del ahogamiento y apretura en que estaba sumida con la peligrosa enfermedad de Gaspar.
Poco después el enfermo recobro la salud, los médicos dijeron que se le arrancó de cuajo lo que le dañaba. Padre e hijo regresaron a los negocios en los que le bullía el dinero en las manos. Con el pensamiento ocupado para sacar mayores ganancias en este u otro negocio se olvidó don Benito de las mandas. También los deleites le pusieron en silencio la memoria, como era muy rico tenía muchos amigos que era muy solicitada su compañía, en paseos y tertulias.
No se volvió a acordar de sus promesas, borró el recuerdo de la pena. Fray Basilio Villegas era un fraile fernandino de mucha prudencia y consejo. Toda la gente lo quería como figura de gloria, era un verdadero humilde. Este Santo varón que supo por boca de don Benito de la promesa que había hecho a la Guadalupana y al Cristo de los Conquistadores, le aconsejaba a menudo que cumpliese cuanto antes. Don Benito decía que sí y luego lo olvidaba. Con repetidas instancias le rogaba el fraile y el caballero faltaba al cumplimiento de su palabra.
Una mañana, venía fray Basilio Villegas del Santuario de Guadalupe acompañado de otros padres, hermanos de hábito, cuando vio por el camino a su buen amigo Bernáldez que iba con visible fatiga bajo el duro sol de junio, con el peso de un gran hachero de plata que llevaba sobre un hombro. “Ahí va- dijo Fray Basilio a los otros frailes-don Benito Bernáldez a pagar una manda que le debía a la Guadalupana. Mírenlo con sus reverencias, apenas puede el señor con ese blandón y con el asoleo. Debe de ir bañado de sudor. Al fin la cumplió don Benito ya era tiempo. Creo que tenía buena voluntad pero mala memoria. Esta tarde voy a darle las enhorabuenas”.
Fue el fraile a la casa de don Benito Bernáldez y se quedó atónico, que no sabía que estaba muerto, ahí estaba tendido con hábito franciscano entre cuatro gruesas hachas de cera. Anocheció y no amaneció el caballero. Se quedó muerto en su cama. Lo hallo sin vida un criado que fue a despertarlo para hacer un viaje con jornada larga a Valladolid de Michoacán. El padre Fray Basilio no andaba en si del espanto de esta maravilla que había visto. Se arrodillo al lado del lecho mortuorio y se puso a rezar.
A ese angosto callejón se le llamó del Muerto por el extraño suceso que se ha relatado, nombre que le cuadraba bien, por solitario y sombrío.
Parrafos del texto Historia, tradiciones y leyendas de calles de México/4, Artemio de Valle Arizpe.
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