Con un dedo de la mano le apuntaba un lugar específico de la pared de la celda del sacerdote y este lo ignoraba, no le importaba ningún tesoro. El cura era una persona de buenos sentimientos. El cura Marocho era una celebridad. Vio una mano negra que el brazo se perdía en la oscuridad. La mano negra detenía la vela para que él leyera.
Leyenda de Morelia Michoacán.- El sacerdote Marocho tenía mucha popularidad en la provincia de agustinos, tenía muchas virtudes, era un magnifico pintor, llenó de artísticos cuadros todos los conventos del lugar, sus sermones llenos de elocuencia y conmovía al auditorio, era un teólogo y canonista inteligente de gran memoria.
Se reunieron en el convento de San Agustín de Valladolid, los curas capitulares de los lugares más remotos y el padre Marocho que vivía de ordinario en el convento de Salamanca.
Por su antigüedad en la orden y los cargos que desempeñaba tenía el segundo lugar del provincial y su lugar era el primer sitio a la derecha. No había discusión para que participara, siempre dando datos históricos, citando autoridades filosóficas y teológicas, sus palabras eran escuchadas con sumisión, sus sentencias eran decisivas, influía en los resultados del capítulo para la provincia y la orden.
El sacerdote tenía una gran sabiduría, mientras duraba esa reunión estudiaba en la biblioteca del convento o en su celda hasta muy noche. Hasta que muy noche en la biblioteca donde había mucho silencio, el padre escucho un ruido muy extraño a su lado viro y vio una mano negra sin brazo que tomó la llama de la veladora y la apagó quedando el pábilo con humo.
Con tranquilidad le dijo al diablo;
-Usted, encienda la vela caballero-
Se oyó un ruido, y la mano negra encendía la vela.
-Para que no hagas travesuras, con una mano me detiene en alto la vela para seguir leyendo y la otra me hace sombra para que no me lastime la luz- dijo el padre.
El cura siguió leyendo su pergamino a su lado las dos manos negras deteniendo la vela y la otra para que no se apague.
Empezaron a salir los rayos del sol y ya no necesitaba la vela, el padre Marocho dijo:
-Bueno, apague usted la vela y váyase, si necesito de sus servicios le hablaré-.
La reunión del que estuvo convocado para asistir concluyó, el capítulo de la orden quedó arreglado. Sin embargo, el padre Marocho quiso quedarse en el convento unos días para descansar. Estaba en una celda que su ventana daba a la huerta del convento, desde ahí contemplaba como artista un espléndido paisaje, las azoteas de las casas desiguales, la Loma de Santa María, el cerro azul de las Ánimas como fondo del panorama.
El cura Marocho quiso pintar y se sentó frente a su caballete, la paleta en su mano izq. y la derecha el pincel y no se lo esperaba, la mano negra le dio los colores y pinceles que necesitaba.
Una noche antes de que se vaya del convento vio en su celda la mano negra que fijamente apuntaba en la pared, no le hizo caso, no tenía ganas de tesoros, lo ignoró y se durmió.
Muchos años después, un pobre que dormía en esa celda halló un tesoro en el lugar que la mano negra apuntaba.
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