Curas, leyenda del Centro Histórico

Tres hermanos presbíteros, malditos por sus injurias y actos violentos contra su progenitor, se les denunció el grave caso a la justicia eclesiástica y se le exigía un público castigo y sentencia ejemplar. En mula se trasladaba a ver a sus enfermos el Dr. Rodrigo, un hombre amable y buena persona pero no se sabe porque tuvo tres hijos tan desgraciados. Los clérigos no tenían respeto.

Leyenda de México. Esto pasó en la calle de San Lorenzo, donde está el templo de Belisario Domínguez y Santa Catarina Mártir, junto a la iglesia hoy República de Brasil.

Era el año 1635, Febrero, termino la misa y en las puertas de la iglesia San Lorenzo la genta formaba grupos para platicar, ya sea del sermón que dijo el cura, o que había llegado una embarcación en Acapulco con muchas mercancías, que la armada protegía el comercio contra los bucaneros que atacaban las flotas.

Sobre una mula, el progenitor de tres sacerdotes

En ese momento, cerca de la gente, pasaba en su mula el doctor don Rodrigo Muñoz un buen anciano con rostro de barba blanca, al pasar saludaba a todos con gentiles movimientos de la mano y a la vez decía; “Dios os guarde amigos” o “Buenos pasos y buenos hechos” era el modo respetuoso de saludar.

Y todos correspondían con una reverencia, se quitaban el sombrero, y muchos le rendían una inclinación, para luego quedarse para hablar cosas excelentes de don Rodrigo era muy querido en la ciudad.

El buen señor dando sonrisa de bondad, cuando de pronto su hijo el clérigo Juan Muñoz que diaconizó la misa que se acababa de celebrar ahí en San Lorenzo, se le echo encima muy molesto y a gritos le dijo; “Maldito, os agarrare en vuestra casa o en cualquier parte, os tengo que matar, porque no estéis seguro de mi aunque me desgracien” esto le decía y le daba fuertes manotadas en una pierna con la otra mano lo jalaba con furia para desprenderlo de la montura.

Los clérigos, sin respeto a las vestiduras sacerdotales

El doctor le respondió con calma, “Anda, vete estás loco, muy loco, loco de remate”, el mal hijo le salía fuego por los ojos y seguía gritando, “Apéate borracho que ¡juro por Dios que te tengo que matar!” a tiempo que se arremangaba muy decidido la sotana con ánimo de sacar alguna arma, pero un religioso de Nuestra Señora del Carmen se le fue encima con rapidez lo apartó de su padre y se lo llevó ayudado de otras personas.

Se lo llevaron a empellones calles adelante, el malvado hijo no dejaba de gritar improperios, “causando un gran alboroto y ruido en dicha calle y todos quedaron escandalizados de semejante caso” hasta las mujeres se tapaban los oídos horrorizadas “para no escuchar palabras graves y ofensivas”.

Este desbocado Juan Muñoz, tenía otros dos hermanos, también clérigos e insolentes y malhablados como él. Pedro de ordenes menores y Diego presbítero, como sus hermanos, hombre rabioso, siempre vomitaba insultos sin respeto a las vestiduras sacerdotales.

El pleito con el padre era por la herencia materna

Se contaba que por dinero de la herencia materna andaban molestos y con pleito los tres con el padre, quien ya les había dado su justa parte, pero ellos querían más, mucho más de lo que les tocó.

Mal aconsejados por un malicioso leguleyo, que los convenció fácilmente que el padre debió darles más por dizque estricta justicia. Por eso estaban en perpetuas disputas y cada vez subían más las ofensas y a los ojos de su padre quitándole el amor y el respeto que le debían.

Pero un día, a las 4 de la tarde salieron los criados por unos de los balcones de la casa del doctor Muñoz que estaba junto a la iglesia Santa Catarina Mártir empezaron a gritar con desesperación ¡vengan gente que suban, que se matan, que se matan!, muchos vecinos acudieron en el acto, también transeúntes se unieron a la ayuda de esas voces pidiendo ayuda.

Hijos; para unos ángeles para otros buitres

A grandes zancadas subieron escaleras y horrorizados vieron que el doctor Muñoz se defendía con espadas y broquel (escudo pequeño de hierro o acero) de sus tres hijos, lo agredían a la brava e injuriosamente con las espadas, horribles cosas le gritaban a la cara, puras palabras infames.

Varias personas intervinieron para que estos desagradecidos sacerdotes matasen al padre, uno de ellos le dio una cuchillada en la cara que le brotaba mucha sangre que le bajaba por el cuello.

El furibundo Pedro esgrimía con coraje con espada de guarnición dorada que se le quebró en el broquel que su padre tenía de las estocadas y cuchilladas que le había tirado.

¡Malos hijos! Decía el doctor a vuestro padre tratáis de esta manera después de haberos criado y honrado. Pero ellos no le hacían caso le seguían enviando sin parar tajos y reveces, uno tras otro.

En las espadas iba la muerte empujada por el odio

Pedro sacó una herida en el cuello a Juan el presbítero le campaneaba un pedazo de oreja, ya próxima a caérsele, Diego tenía un hondo piquete en una mano que la iba a deja baldada para siempre jamás ya podría agarrar en el altar de Dios los sacramentos.

Con dificultad se logró que se retiren de la riña, se les llevó escalera abajo ya en el patio, veían al doctor asomado por la ventana, le volvieron a multiplicar injurias, hechos vergonzosos contra él, el padre decía; “Callad hijos, callad tomadlo todo, pero callad” movía lentamente la mano.

Diego, respondió, “tomad esto bellaco” furibundo le arrojó una piedra que había en el suelo, por fortuna no le dio al doctor y fue a los vidrios de una ventana. Pedro por no ser menos que el canalla de su hermano le tiro el pedazo de espada que empuñaba y fueron a dar en los fierros del balcón, que si tocaba a su padre lo mataba.

Se denunció el grave caso a la justicia eclesiástica

El doctor Muñoz se retiró del balcón, llorando fue arrodillarse ante un Santo Cristo. La gente indignada hecho de la casa aquellos demonios. En la calle siguieron los tres hablando de horrendas maldiciones por su ira. “Fueron de tal calidad esas palabras y tan grande el escándalo que causaban con ellas y sus atrevimientos que hasta los niños de aquel barrio se escandalizaban de ellas”.

Don Fernando Gaytán de Ayala fiscal del Arzobispado, denuncio el grave caso a la justicia eclesiástica, “un caso atroz y digno de público castigo y sentencia ejemplar, ofreció numerosos testigos, pidiendo que digan lo que vieron, oyeron y saben”.

El juez, vicario general, Luis de Cifuentes, ordenó que se recibiese la información, y que se le notificara a las personas que presentara como testigos que digan lo que supieren y lo cumplan pena por excomunión mayor.

Se libró orden de prisión para Diego Muñoz y sus hermanos el presbítero Pedro y el dulce Juan. Estos se fueron a la cárcel pública del Arzobispado, se les ordenó que fueran “vía recta con dicho fiscal a prisión sin causar escándalo ni alboroto, en virtud en santa obediencia, so pena de excomunión mayor, ipso facto(inmediatamente) si incurrían lo contrario”.

Los condujo en persona el fiscal a la prisión “porque así convenía al servicio de Dios Nuestro Señor y la ejecución de la justicia eclesiástica”, en un calabozo se tuvo muchos años en estrecha guarda aquellos demonios de sotana.

En la ciudad de México se les recordaba con asco y se les nombraba con reprobación.

Párrafos del texto; Compendio de Historias Tradiciones y Leyendas de las Calle de México.

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