Solo el Creador sabría qué clase de pasatiempo tendrían aquellas personas en aquella estancia, todo indicaba que era de alegría, después de un vasto silencio le cayó a alguien una maldición y empezaron los insultos y humillaciones. Mateo siempre demostró buena educación. Solo Dios sabe qué clase de diversión tenían en el cuarto. Después del golpazo de la puerta hubo mucha quietud.
Leyenda de México, de la calle Nahuatlato, (7) Republica de Salvador. Este caserón era grande con mucho arte, fue construido en el siglo XVII por el alarife Alfonzo Ayala. En un rincón del segundo patio de esta casona, había un cuarto que no recibía luz solo la claridad de un arquillo que accedía a una zotehuela, era un espacio para ir al tercer piso.
Era una habitación de una hoja, su puerta baja, con cerradura de gran chapa de hierro, cuando entraba la llave tosca hacía mucho ruido al abrirse la puerta, rechinaban las bisagras.
Cuando se oía el escándalo de chirridos, era porque en ese oscuro cuarto entraba el viejo comerciante Mateo Farías era su bodega ahí guardaba mesas, anaqueles, ropa y gran cantidad de telas para sabanas y almohadas, encajes, linos, cambayas con estos hacía negocios con mucha habilidad y doblaba su ganancia.
A ese cuarto entraban otros hombres de negocios a escoger telas, iban por piezas de telas o entraban con otras, él decía que en su tienda vendía barato y por eso iban hombres de negocios y tardaban para escoger lo mejor.
Mateo Farías se pasaba mucho rato en ese cuarto, los vecinos chismosos comentaban que el mercader hacía su siesta ahí o acomodaba mejor su mercancía.
Mateo pasaba de los sesentas, era alto, flaco y blanco de rostro, con barba canosa y siempre se la alisaba, tenía un habla dulce, saludaba con cortesía, sus conversaciones agradables y discretas, se expresaba bien, siempre encontraba una frase llena de cordialidad.
El “alma” de Mateo demostraba calma y benevolencia. Contaba con la estimación de hombres ricos y pobres, solo se oía “señor Mateo por acá” “señor Mateo por ahí”, el señor en excelente consideración por honrado y amable.
Una noche hubo un gran alboroto en el cuarto de Mateo, los que se encontraban ahí se movían rápido y se escuchaban palmadas, risas gritos, por un momento hubo mucho silencio y después muchas carcajadas, este gran alboroto los vecinos creían que los asistentes estaban muy contentos.
Solo Dios sabe qué clase de regocijo era, aquellas personas que le salían largas y fuertes carcajadas, ¿acaso había algo chistoso juego de manos?. Lo que si sabían los vecinos, que en ese cuarto todo era de alegría y felicidad.
Por un rato hubo silencio y cayó una maldición, después muchos insultos e injurias, se empezó a entender que a alguien ofendían con aquella extraña multitud de vejaciones, otra vez se oían las risotadas y de nuevo las ofensas.
El sueño se les quito a todo los vecinos trasnochados por la buya que se armó en la habitación de don Mateo Farías, a la mañana “Venezuela” la conserje, una ágil chaparrita barría el segundo patio, le empezó a temblar sus carnes de terror, echaba gritos largos, el espanto le causaba ver que de la puerta de Mateo Farías salía un hilo de sangre, ya coagulada.
Que los que estuvieron la noche anterior lo más seguro es que hubo un crimen o dejaron a alguien herido, los vecinos consternados en el patio; las noticias llegaron a la calle, y las personas acechaban la sangre, hasta que llegaron los alguaciles y un estirado alcalde de Corte (administrativo- judicial) y un cerrajero, abrió la puerta.
Al entrar al cuarto los vecinos y muchos curiosos, sintieron un aroma suave que era una delicia lo que olían, no emanaba de los linos, de ninguna tela, con espanto abrieron los ojos, se quedaron sin moverse petrificados.
En una pared se hallaba clavada con un puñal una Virgen de color relumbrante, tenía los brazos abiertos como si fuese a bendecir, una sonrisa tenía en su boca breve, el cuchillo enterrado en el pecho le salió por la espalda y quedó clavada en la pared que entró al acero. De esta herida salió abundante sangre y bañaba el cuerpo y corrieron hilos de sangre.
Llegaron hasta el suelo los chorros de sangre, se hizo un charco y se fueron hasta la puerta para salir de ella y llegar al patio. Estaba cubierta la Virgen de gargajazos, los que no le atinaban amarilleaban la pared. Aquellos desgraciados judíos la escupían en la cara, por eso cuando le atinaban era el regocijo de los gritos y las risas, cuando decían un improperio.
Todas las personas que ahí estaban maldecían a Mateo Farías y a su caterva. Pedían pronta justicia contra los delincuentes, ¡Que la leña los quemen, y sus restos que los tiren en las letrinas! ¡que ardan junto a ellos sus hijos y toda su familia! ¡Que los descuarticen, a cada pierna y brazo amarrado a la cola de un caballo y que corran asustados en rumbo distinto, para que le desprenda cada miembro! Así sonaban las maldiciones.
Llegaron de la iglesia de la Catedral, regidores del Ayuntamiento, frailes franciscanos y agustinos, el secretario del Virrey de Su Ilustrísima el señor arzobispo notario apostólico, levanto un acta en la que se relató lo sucedido, firmaron las autoridades y la gente presente.
De esa acta se hicieron tres, una al papa, para la Mitra diocesana y para la iglesia de Balvanera, se acordó poner a la Virgen bajo vidrio con marco de plata y su hechura le costaría a los vecinos de la casa porque ahí se hizo el milagro.
A esa iglesia se llevó a la Virgen que se le llamó Virgen de la Daga y se le quedó el hierro que la traspasó. Los frailes limpiaron el suelo con agua bendita y algodones estos fueron repartidos a las personas, rasparon la pared y lo rojo fue repartido a los fieles que guardaron con adoración. Una porción de este polvo se guardó en una urna de cristal se colocó en el altar de la iglesia de Balvanera.
Alguaciles buscaron y rebuscaron en toda la cuidad a Mateo Farías para llevarlo a la Santa Inquisición, nunca apareció. Era un hipócrita se ganó la estima con obras fingidas. En un solemne Auto de Fe un gentío” hizo un muñecote como si fuera él y fue a dar a la hoguera”.
Se supo después, que murió de Lepra, se quemó todo lo de su casa los judíos que tenían sospechas se fueron a las cárceles del Santo Oficio donde murieron entre las llamas del quemadero.
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