Un fraile por sus virtudes y vida santa era ejemplo para los novicios, en la pintura era venerado, de repente con terror vieron como abría la boca de la pintura De Fray Leonardo, y dijo, “no me alaben más, soy un embustero”. Ese cuadro era la joya de la casa, era el orgullo de la Orden. El cura era eminente en virtudes y sabiduría las cosas que se contaban de él, nada era exageración.
Con Túnica blanca, manos levantadas y con ojos azules viendo el cielo sonreía como un ángel, abajo con letras negras, decía, el cuadro “Verdadero retrato de Fray Leonardo de Segura, doctor en teología, maestro de la Real y Pontificia Universidad de México por muchos años fue Prior del convento de la Merced y Corrector y Expurgador por el Santo Oficio de la Inquisición, nació 1598 y falleció 1662”.
El cuadro colgado en la amplia sala de Capítulos del Convento de nuestra señora de la Merced, entre otros retratos de varones de la Orden.
Este cuadro era la joya de la casa, lo calificaban como la obra maestra, se veneraba en demasía la memoria de Fray Leonardo de Segura, orgullo de la Orden fue este fraile ilustre.
A los novicios se le contaba, todos sus hechos y virtudes, su buen ejemplo hasta se les daba un libro impreso por la viuda de Bernardo Calderón, 1664 que contaba su vida pura, santa y trabajosa, ninguna exageración su larga existencia solo hizo buenas cosas.
Como maestro leyó cátedras, acudían a sus lecciones hombres de reconocida ciencia, estaba lleno de saber Fray Leonardo de Segura, en virtud y letras llegó a lo más alto.
Jamás los superiores le riñeron falta alguna, tenían que sacarlo de la biblioteca para que fuese al comedor, ni comía ni dormía no dejaba el estudio.
De pronto se le veía, muy preocupado, se quedaba confuso en una conversación amena, inclinaba la cabeza y se alejaba. De pronto dejó los libros, sus cátedras, a diario caminaba en el claustro ensimismado, la cabeza viendo el piso, lento, sus manos metidas en el amplio de sus mangas del hábito.
Faltaba al coro, abandonó sus rezos, Fray Leonardo de Segura no hablaba, caminaba como sombra blanca en los patios a altas horas de la noche. ¿Qué tendría Fray Leonardo, el santo? Creían unos que estaba fuera de juicio otros pensaban que resolvía una complicada obra teológica.
Y esa obra iba a enaltecer la Orden y aún más a la Visitación de María Santísima de la nueva España, un doctor iluminado que sorprendería los entendimientos de esa grandeza. De pronto Fray Leonardo dejó sus meditaciones.
Salía desde temprano al convento llegaba muy noche, varias veces fueron por él a su cela para que vaya al coro y no estaba, no había dormido en ella, ¿A dónde iba el fraile a pasar la noche? Cuando llegaba, a veces estaba muy triste y otras muy contento.
Reía, platicaba con alegría muy charlatán, nadie lo había visto así de contento. El Prior mandó que lo siguieran, veían que caminaba rápido por calles y calles, siempre al llegar por el Puente el cuervo entraba en una estrecha calle, una vez por una y otra vez por otra desaparecía en la obscuridad.
¿Y a que entraba a esa casa el fraile? Le ordenaron no salir más del convento, y cosa fea desobedeció, el que fue tan sumiso en las disposiciones de sus superiores. Hasta tres días faltaba a dormir a su santa casa del convento de la Merced.
Llegaron a encerrarlo en su celda, no se sabe cómo lo abrió y se fugó. ¿A dónde fue? Nadie supo, apareció a los ocho días, tendido junto a la puerta falsa. Lo fueron a buscar y estaba muerto, estaba todo estropeado con la ropa desgarrada.
Se dijo en el convento, que iba asistir a enfermos mentales, con santo celo, que uno que uno de ellos lo golpeó y lo mató, y murió Fray Leonado con sufrida abnegación por su gran caridad.
El pintor Baltazar de la Guijosa hizo aquel cuadro con rostro angelical. Una tarde el maestro de los novicios comentaba y explicaba un párrafo del cuadro, cómo por su humildad y gozos virtudes llega a la fama eterna.
Maestro y discípulos volvieron la cabeza llenos de inquietud a la pintura, quedaron espantados al ver que se movía la boca de fray Leonardo, diciendo; “No me alaben más, hermanos. No me alabes más, no fui nunca lo que dice ese libro, embustero fui. A todos engañe; perdónenme, mentí constantemente. Fui acusado en juicio de Dios estoy juzgado por su justicia y me hallo condenado. Sufro más por el infierno de esas alabanzas que me dedican. Ya no hablen de mí olvídenme”.
Entró un viento furioso en la sala capitular, se metió debajo los cuadros de los demás varones de la Orden, los levantó con violencia, los hizo dar vueltas en torno al cordel de que estaban colgados y los azotó contra el muro, con enorme fuerza, arrebato el gran lienzo de Fray Leonardo de Segura lo arrojó contra la pared lo tiro en unos sillones en que desgarró la tela con chirrido, entre los gritos de pavor de los novicios y de su maestro.
Párrafos del texto; Compendio de Historias Tradiciones Leyendas de las calles de México.
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